Thursday, May 17, 2018

Organizar, actuar, articular, representar




Nada es inalterable
nada es definitivo
-Attaque 77

Cuando miramos la política como una foto, nos deprimimos. El techo de Cristina, la invencibilidad de Durán Barba, el quietismo de la CGT, el gorilismo de la clase media. Si sacabas una panorámica en noviembre de 2017, después de dos años de ajuste con la derrota electoral al hombro, te querías matar. Pero la política son procesos, las cosas cambian. Todo se mueve, para bien o para mal, pero se mueve.

Primero lo primero: hay una etapa política que se terminó y una etapa política que comienza. Ha cambiado la correlación de fuerzas. El gobierno desespera en el presente y duda sobre su futuro. Entonces levanta todos los teléfonos posibles (Monzó, Sanz, Trump, FMI, BlackRock, peornismo gobernable) y convoca un Gran Acuerdo Nacional para el Ajuste, Lanusse-style. El kirchnerismo, fiel a su pasado y firme en el presente, se encuentra en condiciones de ofrecer futuro una vez más. Pasamos de la resistencia defensiva a la confrontación antagónica. Desaparecidas las callecitas del medio, se clarifica el panorama. Un pasito palante. ¿FRECILINA?

El momento en que Mauricio Macri dice "Fondo Monetario Internacional", todo cambia. Es cierto, ya había aparecido Cavallo, y el dólar volaba por las nubes; pero animarse como presidente a poner en pseudocadena nacional esas tres palabras, provoca un sacudón. Cuando Cambiemos dice "FMI" se reinserta en la memoria popular argentina, vuelve lo reprimido. Ahí está el macrismo desnudo con Menem, con De La Rúa, con López Murphy, con Anoop Singh y Anne Krueger, con la pizza con champán, el grupo sushi, el corralito, el megacanje y el blindaje. Rodeado de viejos vinagres, todo alrededor.

Así las cosas, todo cambia, todo se sacude, todo se tambalea, todo salvo una cosa. La única constante, lo único que permanece en el tiempo incondicional, lo único previsible, ha sido el kirchnerismo, paradito en el mismísimo lugar desde el 10 de diciembre de 2015, y teniendo razón en todo. Incluso desde antes, desde la profética campaña del miedo que acompañó la candidatura de Scioli, avisando que este momento iba a llegar, explicando por qué iba a suceder, y proponiendo un camino alternativo. Mientras todo el resto de la política desespera, especula y recalcula, la tarea kirchnerista es seguir caminando por el sendero en el que venimos, pero un pasito palante. Vistámonos despacio, que estamos apurades.


Desgobierno

Hace un mes masomenos Cristina le dio una entrevista a Rafael Correa en RT. Entre las múltiples definiciones y magias que tiró, hubo una que rebotó en medios y redes por su contundencia. Dijo: "Los proyectos de Macri y de Temer van a fracasar". Así nomás, sin pelos en la lengua ni giros retóricos. Los gobiernos neoliberales tienen un futuro catastrófico por delante. Cristina lo dice con confianza, con certeza. Porque no es azar. No hace falta ser adivine para avivarse, pero sí hace falta ovarios para plantearlo en voz alta.

La crisis financiera de estas semanas es la consecuencia del desgobierno neoliberal. A la inversa del kirchnerismo, el proyecto de Cambiemos es quitarle poder a la política, y dárselo a la economía, a las corporaciones, al capital. Y como bien plantea Ana Castellani, las elites económicas argentinas son incapaces de gobernar. Entonces ya no es el Banco Central quien define el precio del dólar ni la tasa de interés de las LEBACs, lo define "el mercado". No es tanto que Macri gobierna para los ricos, sino que le entrega el gobierno a los ricos, entonces los ricos gobiernan a través de Macri. Y los ricos no saben gobernar, no desean gobernar, no pueden gobernar. Entonces, el gobierno como tal es una ilusión, no existe.

Dice también Cristina en la entrevista con Correa una cosa más. Macri y Temer van a fracasar, pero cuando lo hagan, el neoliberalismo ya tiene preparada la solución: cambiar las caras. Culpar a les gobernantes, a les polítiques de turno; decir que fueron corruptos, que aplicaron mal el programa neoliberal, que no lo aplicaron lo suficiente, que les faltó sensibilidad, que tomaron decisiones equivocadas... y entonces cambiar esas caripelas por otras. Ahí están las figuras de recambio: Vidal en el oficialismo, Massa y Urtubey en la "oposición".

Más allá de lo insostenible de la bicicleta financiera y el modelo económico macrista, el ajuste sólo se acabará cuando el pueblo diga basta. No pueden ponerle un freno ni Cristina, ni el Chivo Rossi en el Congreso, ni Kicillof, ni Camaño ni Nico del Caño. Sólo lo puede frenar el pueblo que, como sabemos, aparece en las calles y en las urnas. Por el momento tenemos destellos de pueblo, destellos de malestar que empieza a manifestarse. La caída estrepitosa de la imagen del gobierno, de su gestión y de sus figuras no encuentra piso. Todas las encuestas les dan como el culo. En tanto la grieta se desplaza definitivamente del viejo clivaje K/Anti-K a un clivaje oficialismo/oposición, los números empiezan a decir que Cambiemos puede perder las elecciones de 2019. Porque cambió la correlación de fuerzas. 


Bipartidismo y mercado electoral

OK, cambió la correlación de fuerzas, y continúa en movimiento: el gobierno pierde adhesiones y el terreno se muestra propicio para hacer política opositora. Lo que se nos impone inmediatamente es el debate sobre "la unidad del peronismo". Si nos organizamos, ganamos todes. Macri está haciendo mierda todo, basta de egos, basta de diferencias, basta de chicanas. ¡A juntarse!

El discurso de la unidad berreta plantea dos zonceras: el bipartidismo y mercadismo electoral. El bipartidismo es suponer que hay dos partidos en Argentina: el peronismo y el radicalismo. Esto a su vez supone que el peronismo es una cosa, que está artificialmente separada y naturalmente debería unirse. Como si cualquier diferencia con Pichetto, Urtubey o Campolongo fuera simplemente producto de un malentendido. 

Por otro lado, el mercadismo electoral. Acá la idea sería que las construcciones políticas son como la creación de un producto para el mercado. Que la ciudadanía elige representantes como elige una pasta dental, un celular o un lavarropas. La política es un mercado donde distintos productos compiten por los votos. Entonces, se supone, hay que tener el mejor producto posible y el mejor marketing para venderlo. Hay que converger para concentrar el mercado opositor, hay que parecerse un poco a la competencia para poder robarle clientes. Otra forma de la colonización de la economía sobre la política. 

Por suerte, y gracias a dios, la política no es esto. En la Argentina (y en el mundo) lo que vale no es el bipartidismo, sino la existencia muy real y muy inevitable de dos proyectos políticos contrapuestos: el proyecto neoliberal y el proyecto populista. Eso es todo. El límite para nosotres, que somos populistas, es Macri pero es más que Macri, el límite es el neoliberalismo, cualquiera sea su cara.

Que no se nos malentienda, creemos en la unidad opositora, creemos en construir un frente lo más amplio posible, pero las cosas no son tan sencillas, ni se agotan ahí. Porque la política no es un mercado electoral. La política es la confrontación de fuerzas sociales, la articulación de voluntades, la disputa entre pueblos y antipueblos, entre ciudadanía y corporaciones. No es que elegimos estas palabras porque nos parece que miden bien y quedan bonitas, sino porque efectivamente creemos que explican la realidad mejor que los manuales de la ciencia política liberal.


El bloque histórico

Dice Máximo Kirchner en un encuentro reciente en Quilmes:
"Cuando uno quiere ganar de cualquier manera, puede pasar que se pierda de cualquier manera. Y de ahí no se vuelve. Debemos construir la victoria"
Plantea acá el compañero una distinción fundamental entre un triunfo (ganar) y una victoria. Alerta que si nos vestimos rápido, si nos apresuramos, aquello que armemos puede ser fácilmente derrotado y luego desarticulado. Hace unos meses, con el radicalismo popular, apunta hacia el mismo lugar:
Algo que tiene que ser puntal y base para cualquier unidad que pretenda gobernar la Argentina debe ser que una vez en el gobierno esa unidad no se desintegre bloqueando la oportunidad de aplicar las políticas por las que fue votado. Y creo que muchas veces tenemos que tener en cuenta estas cosas... 2007-2011, 2011-2015, alguna cuestión particular que deberíamos entender en los armados incluso. Cuando sucede el conflicto con el sector agrario, lockout patronal, inició Cristina la pérdida también de la mayoría en el Congreso. Era un armado muy amplio que incluía a muchos sectores del PJ que no están y que incluía gran parte del radicalismo en la figura de Cleto Cobos. Sin embargo, ese armado amplio que incluía vastos sectores ante el primer conflicto, a meses, no más de 100 días de haber asumido la compañera, hizo que gran cantidad de diputados abandonaran el bloque e incluso se llevaron el vicepresidente también... Entonces, la unidad es algo que debemos trabajar de manera seria, y no como una cuestión solamente de "ganar", de "vamos a ganar". Hay que construir una unidad política. Esa unidad política tiene que ser parte de una construcción política, porque va a enfrentar a una construcción mediática...
El argumento es sencillo. No se trata de unir retazos de representación política, de juntar los votos de este con los votos de aquel. Las transformaciones que necesitamos realizar requerirán sujetos sociales y políticos que las sustenten. Si llegamos al gobierno cagando aceite, no vamos a durar ni tres días. ¿O no pasó eso con la Alianza en el '99? Menem era tan pero tan malo que había que juntarse todes para ganarle, a cualquier costo. Bueno, a cualquier costo no. Si pretendemos ganar de cualquier manera, perderemos de cualquier manera.

Cuando Máximo dice una unidad política que sea parte de una construcción política, parece aludir a la vieja y siempre vigente idea marxista del bloque histórico. Concepto central en la obra del comunista italiano Antonio Gramsci (a quien dicen que estuvo leyendo el Chino Zannini durante su prisión política), la idea de bloque histórico implica una articulación concreta de diversos sectores, una síntesis entre procesos económicos, sociales, culturales y políticos que pueda construir una (contra)hegemonía. En palabras de Gramsci:
La estructura y las superestructuras forman un "bloque histórico", es decir que el conjunto complejo, contradictorio y discorde de las superestructuras es el reflejo del conjunto de las relaciones sociales de producción. De ello surge lo siguiente: sólo un sistema totalitario de ideologías refleja racionalmente la contradicción de la estructura y representa la existencia de las condiciones objetivas para la subversión de la praxis. Si se forma un grupo social homogéneo al 100% por la ideología, ello significa que existen al 100% las premisas para dicha subversión, es decir que lo "racional" es real activa y actualmente. El razonamiento se basa en la reciprocidad necesaria entre estructura y superestructura (reciprocidad que es, por cierto, el proceso dialéctico real)
Para el autor italiano, un proyecto político implicaba una reciprocidad entre estructura y superestructura. Estructura era la economía, las relaciones de clase; y la superestructura se dividía en dos: la sociedad política (Estado) y la sociedad civil. No podía haber un proyecto contrahegemónico sin una articulación en cada uno de esos niveles: estructura, sociedad civil, sociedad política. Más aún, para Gramsci el Estado es lo último que se conquista. Si construía un bloque histórico, el Partido Comunista podía dirigir la sociedad italiana incluso antes de llegar al gobierno.

Salvando las enormes distancias conceptuales y contextuales, Máximo parece aludir a la necesidad de construir algo mucho más sólido que una unidad de dirigentes peronistas. Necesitamos construir un bloque histórico que sea capaz de llevar adelante las transformaciones necesarias para terminar con la crisis neoliberal y avanzar en un sendero de autonomía y liberación nacional. Desde la construcción política, convocar a una unidad política abierta y mayoritaria, en torno a un programa.


Organizar, actuar, articular, representar

La construcción del bloque histórico tiene mucho más que ver con la sociedad civil que con la sociedad política, mucho más que ver con actores sociales que con estructuras políticas. Cuando en 2017 Cristina lanza su campaña de Unidad Ciudadana, recordemos, subía a sujetos sociales al escenario, y mandaba a les dirigentes a la platea. Era un mensaje para afuera y para adentro: si queremos volver a gobernar para el pueblo, debemos construir desde el pueblo. Si se mira en cualquier semana la agenda de CFK en el Instituto Patria, se verá que se privilegia las reuniones con sectores sociales muy por encima de las fotos con dirigentes. Familiares de Malvinas, sindicalistas, rectores universitaries. Desde la sociedad, hacia la política.

En este contexto turbulento, el kirchnerismo no debe distraerse de las tareas que viene exitosamente realizando desde el 10 de diciembre de 2015. Hasta ahora, hemos tenido razón profética sobre el destino del macrismo, y venimos dando batallas importantes de sentido en conjunto con la sociedad: los derechos humanos, el tarifazo, el ajuste, los derechos laborales, el saqueo jubilatorio, la ciencia, las luchas feministas, la persecución política... la agenda que abarcamos es inmensa. Es decir, venimos politizando a la sociedad, politizando el ajuste, construyendo ladrillito por ladrillito los cimientos de un bloque histórico por venir. 

Dice Máximo en Florencio Varela:
Me puse a pensar ... cómo funciona un reloj. Quizás ustedes cuando puedan ver a algunos de nosotros, somos la parte más visible del reloj. Jetones le dicen algunos a veces. Que nos toca hablar, llevar la pelea. Para que ese reloj dé la hora exacta, ustedes tienen que organizar sus fábricas, tienen que organizar sus barrios, tienen que hablar con cada trabajador y cada trabajadora, con cada vecino y con cada vecina para poder  construir y darle el volúmen necesario a la fuerza política que sea capaz de  interpretar y llevar adelante los sueños de un pueblo entero como lo supo hacer. Para que ese reloj dé la hora, la participación de ustedes es condición sine qua non. 
Funciona el reloj cuando funcionan todas sus partes, y la dirigencia política es sólo la parte más visible. Ni siquiera es la más importante. El llamado es al trabajo de base, de organización desde cada fábrica y cada barrio. Porque bien sabemos, en todos lados hay quilombo. Hay dificultades y demandas por doquier. El proceso es cuádruple:

1) organizar ciudadanía en torno de cada demanda, juntar a la gente, otorgarle herramientas para la lucha, diseñar y ejecutar estrategias en función de cada necesidad, en función de ganar cosas;

2) actuar en tanto realizar acciones que visibilizan las problemáticas, en tanto perfoman los conflictos, y así logran quebrar el cerco mediático de que todo anda joya en macrilandia, como se hizo en el Conurbano con las audiencias populares contra el tarifazo, o como les pibes que escracharon a Larreta con la UNICABA;

3) articular entre sí cada una de las demandas sociales, arrimar y amuchar sectores afectados, otorgar relatos que permitan ver los hilos conectores entre cada problema, explicar por qué "todo tiene que ver con todo";

4) representar desde los distintos lugares que hemos alcanzado en las urnas, construyendo una unidad ciudadana que arranca desde la organización pero que encuentra en las instituciones la vía para canalizar los conflictos, una fuerza política cuyas caras visibles son puestas al servicio de problemas reales.

Un bloque histórico, que es simplemente una forma rebuscada de decir "un pueblo", se enhebra en la permanente retroalimentación entre organización, acción, articulación y representación; y logra una victoria. Si la construcción política es genuina, la unidad se va a dar sola, quienes se fueron sin que les echáramos, volverán sin que les llamemos. Un pasito palante, que venimos bien.

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