Monday, June 15, 2020

¿Quién expropia a quién? / Por Gastón Fabian



Si usted es lector o lectora de los diarios Clarín y La Nación, un día se desayunará que vivimos bajo una despiadada dictadura comunista. Primero, “la cuarentena más larga del mundo”. Y ahora, como de la nada, ¡regresó el “exprópiese” chavista! “Millones” de ciudadanos y ciudadanas impregnados por los valores de los “padres fundadores” y entrenados en el “cumplimiento de las leyes”, arden de indignación. En el relato de la “Argentina oficial” esto significa lo siguiente: se terminó el “albertismo” y comenzó el “kirchnerismo”. O peor: nunca hubo albertismo, pues los populistas son “incorregibles”.

De repente, parece que se desata la paranoia y que en cada hogar hay alguien temblando, mientras imagina cómo el gobierno se quedará con sus ahorros o le confiscará su pequeño comercio. Porque claro, en un país donde la propiedad privada es sagrada, ¿a quién se le puede ocurrir expropiar lo que es de otro sino al “incivilizado” peronismo? Para las “personas decentes”, si la cuarentena ya representaba un abuso injustificado de autoridad (restricción de libertades civiles, “¿acaso no tengo derecho a hacer lo que YO quiero?”), el anuncio del Poder Ejecutivo de intervenir el grupo Vicentín y mandar al Congreso una ley de expropiación confirma todas sus sospechas.

Contra este relato enfurecido debemos, al menos, plantear algunas preguntas incómodas. En nuestro vocabulario, “expropiar” es una mala palabra, una palabra que roza lo “criminal” (lo “comunista”). Pero, ¿nos hemos interrogado quién expropia a quién? No es necesario saber al dedillo el capítulo XXIV de El Capital de Marx para darse cuenta de que el capitalismo se basa en la expropiación de los productores (trabajadores). Basta con conocer superficialmente la historia de nuestro propio país. Es cierto que la Constitución Argentina reconoce el derecho a la propiedad privada (definido como “inviolable”). Juan Bautista Alberdi, su principal ideólogo, argumentó que el texto de 1853 fue pensado y diseñado como una constitución para el capital, en un momento en que la llegada de inversiones extranjeras se presentaba como vital para el desarrollo nacional y la consolidación del Estado. Es evidente que hay un claro desfasaje entre la realidad descripta y prescrita en la Constitución hoy vigente (1853 + las sucesivas incorporaciones, en especial la reforma de 1994) y nuestra propia actualidad. Pero incluso esa misma norma fundamental habilita la posibilidad de expropiar si es por motivo de utilidad pública y con ley del Congreso.

Como la interpretación de las leyes no es una ciencia exacta, los constitucionalistas debaten acaloradamente si el procedimiento tomado por el gobierno respeta las garantías jurídicas o si, por el contrario, se trata de una atrocidad. No es nuestra intención aquí meternos en la “fina discusión” de los juristas. Para ellos, por supuesto, no hay nada más importante que las “formas”. Porque las “formas”, en definitiva, determinan lo que se “puede” y lo que “no se puede” hacer. Entonces, un problema político concreto, como la falta de soberanía alimentaria o el riesgo de que un grupo empresario clave quede en manos del capital extranjero, acaba siendo reducido a un trámite burocrático. ¡Escándalo! ¿Cómo va a intervenir el Poder Ejecutivo Vicentín sin sentencia judicial?

¿No fue abierto ya un concurso de acreedores? ¿No hay que esperar a que el juez correspondiente resuelva el caso?

La lectura política, no supeditada a los interminables tiempos judiciales, es otra. En primer lugar, nos encontramos en medio de un estado de excepción, provocado por la pandemia y la crisis mundial que ella desató. Los efectos sobre la economía son letales y es una obviedad que sin la intervención del Estado todo se iría a pique rápidamente. Ahora bien, dibujado el panorama, cuando nos remitimos a la situación de Vicentín, salta a la vista que no podía ser sensata ninguna otra decisión que no fuera la de expropiar el grupo. Y aun así, existen muchas probabilidades de que la ley acabe siendo truncada en la Cámara de Diputados, donde la “cosa” estará reñida de principio a fin. ¿Por qué tanta alarma entre los liberales argentinos? ¿Acaso los gobiernos liberales de muchos países no han estatizado sectores estratégicos de la economía en contextos parecidos o en este mismo? Y valga la aclaración de que Vicentín, hoy por hoy, no es una corporación acaudalada o híperpudiente, sino que se halla al borde de la quiebra. Casualmente su principal acreedor es el Banco Nación. Nuestros liberales deberían elevar sus quejas a Javier González Fraga y toda la gestión macrista, por habilitar créditos ostentosos y sin justificación a una empresa que no estaba en condiciones de devolverlos. Insólitamente, ¡fue el macrismo el que estatizó Vicentín!


Claro que los defensores del statu quo sacan de la galera toda clase de artimañas para poner en la mira la decisión presidencial. “Si el Estado quiere recuperar lo que prestó, ¡que siga la vía judicial!”. “Se puede intervenir transitoriamente sin expropiar. ¡De lo contrario habrá que pagar una indemnización como la que se le abonó a Repsol!”. “El Estado debería ayudar a la empresa a levantarse sin quedarse con la administración de sus negocios”. En resumen: para que un grupo de capitales nacionales no sea absorbido por capitales extranjeros, lo que nuestros liberales proponen es salvarlo con dinero público pero dejándolo en manos privadas. O sea, socializar las pérdidas (que las pagarán los tan benditos contribuyentes, a los que los liberales siempre invocan pero nunca protegen) y mantener la forma capitalista de la ganancia. No se puede imaginar un fraude mayor. Sin mencionar la hipocresía de que, cuando las papas queman, los empresarios acuden a “papá” Estado para que los rescate, pero cuando el Estado socorre a los sectores populares, los estigmatizan gritando “¡planeros!” a los cuatro vientos.


Como hoy el Estado paga la mitad de los sueldos de muchísimas empresas privadas, se empieza a agitar el fantasma de que, con el precedente de Vicentín, luego buscará quedarse con jugosos paquetes accionarios de tales compañías. Que los liberales deliren tranquilos. Lo que nos debe interesar es discutir en qué país queremos vivir. Es moralmente inaceptable que si producimos alimentos para 400 millones de personas haya compatriotas pasando hambre. Ahí tenemos el “éxito” del libre mercado, del mercado desregulado, para el que todo se distribuye de acuerdo con lo que le reporta más beneficio al empresario y no en base al bien común. Si el Ministerio de Desarrollo Social quiere comprar comida y las empresas del sector se niegan a venderle a los precios fijados, especulando con el hambre de la población, entonces hay un problema concreto que resolver. El fetichismo de las formas se preocupa demasiado por la “seguridad jurídica” y casi nada por la seguridad alimentaria de nuestra gente. Pero claro, son los mismos que durante el siglo pasado se mostraron partidarios de los golpes militares para dirimir distintas crisis políticas. Extraño “constitucionalismo” el suyo. O no: todas las dictaduras fueron instauradas en nombre de la Constitución y su sacrosanto derecho a la propiedad privada.

Si nuestros liberales leyeran a Hannah Arendt (no les pedimos que lean el Manifiesto Comunista) entenderían que lo que pone en riesgo la propiedad privada no es el “Estado goloso” sino la acumulación ilimitada de riqueza que promueve el mismo capitalismo (basado en la apropiación privada de la producción social). ¿No se llama “expropiación” lo que hacen los bancos, los terratenientes, las inmobiliarias o las empresas de servicios públicos? ¿O eso vale porque son las “leyes” del mercado? ¿Nos sensibilizamos cuando pierden los ricos y no cuando familias enteras quedan en la calle o son despojadas de todo lo que tienen? ¿No deberíamos reconsiderar nuestras prioridades?

El arte del estadista consiste en tomar decisiones acertadas según los momentos. Expropiar el grupo Vicentín ni cerca está de ser una locura o un capricho. Es un indicio de prudencia, porque le permite al Estado hacerse de instrumentos y resortes sin los cuales sería incapaz de solucionar muchos de los problemas que le competen. De más está decir que se trata de una corporación ensuciada por maniobras ilegales (e interesada por ocultar sus libros comerciales), que recibió sumas escandalosas como recompensa por haber aportado millones a la campaña macrista. Pero independientemente de ello, en un contexto como el actual, donde los mecanismos de mercado solo agravan y profundizan la crisis (que no se mide en números, sino en personas que sufren), el Estado tiene la responsabilidad política de disciplinar a las élites y evitar que su avaricia destruya a la sociedad por completo. No hay ahí peligro de ninguna “deriva comunista”. La hipótesis comunista es otra discusión, que en algún momento habrá que dar. Aquí el Estado, simplemente, funciona como lo que los marxistas denominaron “capitalista colectivo ideal”. Como los capitalistas individuales atentan contra la misma estabilidad del capitalismo como sistema, el Estado se ocupa de representarlos a todos y, con mirada de conjunto, decide lo que le conviene a la economía en general y no a un empresario en particular. Por lo pronto, con el frente externo bajo amenaza (reestructuración de la deuda, depresión del comercio y de las inversiones extranjeras, crisis global), resulta imprescindible que el Estado “ordene las cosas en casa”. Y para ello, es estratégico contar con un mayor poder de regulación en el mercado de los alimentos, que además de darle de comer a nuestra gente es una fuente de divisas insustituible. Avanzar por esa senda implicará, mínimamente, preguntarnos qué significa expropiar. Y quién viene expropiando a quién.

Wednesday, July 17, 2019

Desengrietar y movilizar





Ey, ey, ey
No te duermas
Todo el universo depende de esto
-El Mató Un Policía Motorizado

Luego de cuatro años de calvario macrista, llegamos finalmente a la campaña electoral. Llegamos bastante fuertes, y esa es la primera victoria. Si nos miramos en el espejo de Brasil (Lula encarcelado + Bolsonaro presidente) o en el de Ecuador (Lenin traicionero + Correa proscripto), corresponde reconocer la relativa entereza de nuestro proyecto político y de su principal líder. Cristina y la militancia han persistido en sus posiciones opositoras, han retenido un importantísimo caudal de votos y han articulado una amplia coalición electoral con sectores que otrora nos consideraban el mal mayor.

La candidatura Alberto - Cristina es una reafirmación del kirchnerismo y a la vez una invitación a la construcción de algo más grande: hemos cambiado, queremos ser mejores, las puertas están abiertas para construir una nueva mayoría en la Argentina. Han venido Sergio Massa, Pino Solanas, Victoria Donda, Felipe Solá, el grueso de gobernadores, intendentes, sindicatos, etc.

Sin embargo, es evidente que la victoria no está garantizada. A pesar de la catástrofe social y económica del macrismo, el gobierno aún acumula importantísimas cuotas de poder, maneja tecnologías y recursos superiores, se aferra al odio antiperonista, y cuenta con apoyos económicos y geopolíticos de fuste. Su estrategia es la guerra psicológica; sus objetivos el miedo y la desmovilización. A riesgo de simplificar, parecería que el Frente de Todes cuenta con dos grandes armas para combatir democráticamente la guerra que proponen desde el campo amarillo: la superación de la grieta y la militancia.


Macrismo engrietado

Como bien se recuerda, una de las tres propuestas de campaña de Cambiemos en 2015 fue "unir a los argentinos". En 2013, dos años antes, Jorge Lanata acuñó al ganar un Martín Fierro el término "grieta" para referirse a la manera en que el kirchnerismo "había dividido a la sociedad" (sic). El gran pecado del gobierno de Cristina era romper familias, destruir relaciones de amistad, generar violencia al separar a la población entre "amigos" y "enemigos".

La palabra "grieta" fue inventada por Clarín, es bueno nunca olvidarlo. Porque el kirchnerismo no inventó la grieta, no arruinó familias ni liquidó amistades. El kirchnerismo politizó a la sociedad, abrió el debate público sobre los conflictos y desafíos que enfrentaba la patria, y propuso el involucramiento y la discusión honesta como manera de dirimir opiniones e intereses. La aparición del concepto de "la grieta" sirvió para contaminar ese proceso, para reducirlo a una suerte de River/Boca sinsentido. Si a eso le agregamos la persecución mediática y judicial contra la supuesta "corrupción K", se termina de armar el combo de la impostura. No sólo el kirchnerismo había generado cizaña entre la gente, sino que lo había hecho únicamente "para robar" (sic).

Axel Kicillof publicó este año un libro donde se refiere exactamente a este tema. Se titula "¿Y ahora qué? Desengrietar las ideas para construir un país normal". Retengamos esta idea de desengrietar. Dice Axel:
La grieta fue un instrumento bastante útil para combatir la politización, porque pasamos de una sociedad en la que a nadie le importaba la política a que no se pueda ir a un asado con los amigos sin terminar a los botellazos discutiendo no de fútbol, sino de política. Ese es el papel que juega la famosa grieta: la sociedad argentina se politizó y sobre la politización instalaron el odio, para desactivar la potencia de la política. La idea sería la siguiente: si la sociedad está concientizada y apasionada con la política, se puede discutir y acordar un proyecto incluso mejor que el nuestro, de manera que hay que impedir esa posibilidad de comunicación y reemplazarla por el odio. Que no discutan, que no acuerden, que se maten y se odien. Esa fue para mí la idea con la que se instaló la grieta, para que en lugar de un desacuerdo que hay que solucionar aparezca el odio.
Conclusión N° 1: El macrismo necesita mantener viva la grieta para ganar las elecciones. Inocular miedo y odio son la única manera de evitar que la sociedad tenga un debate serio y honesto sobre los resultados de las políticas macristas y las propuestas reales para salir de la crisis actual. La guerra psicológica del gobierno genera miedo engrietado al gritar a los cuatro vientos que Kicillof es un comunista comeniños, que La Cámpora maneja el narcotráfico en la Mesopotamia y que la gente en situación de calle es una operación K para dañar las chances electorales de Macri. La grieta es la despolitización de la política.

Pero hay otro componente de la guerra psicológica: en años anteriores, Durán Barba jugaba el juego del "underdog", mostrando a Cambiemos como el más débil, el competidor, el menos favorito a ganar. A medida que se acercaba el día de las elecciones, iba repuntando y daban la "sorpresa" el mismo domingo. Pero la catástrofe macrista ha forzado el aceleramiento de los tiempos, y se encuentra en marcha una colosal maquinaria mediática que pretende instalar que el gobierno es tan competitivo, que hasta podría ganar en primera vuelta. Se trata de quebrar psicológicamente al Frente de Todes y a su base social, para que desespere, que se deprima, que se desmovilice. Se trata de hacerle creer a la población en general que las políticas del macrismo tienen más apoyo del que verdaderamente tienen, de solapadamente bajar las expectativas de la gente con respecto al futuro, de anestesiar la convicción y la autoestima del pueblo. Un coro virtual que canta: "No sólo nos mercemos esto, sino que además deseamos que continúe". Una suerte de profecía autocumplida.

Conclusión N° 2: El macrismo necesita desmoralizar para ganar las elecciones. 


Kirchnerismo desengrietado

La guerra psicológica del macrismo pretende engrietarnos. Sin embargo, el gran acierto de la campaña del Frente de Todes ha sido la apuesta por desengrietar. Primero las personas que se han sumado para encabezar las boletas más importantes: Alberto Fernández, un crítico histórico de la grieta y del último kirchnerismo, un defensor de la cultura del encuentro y el diálogo, que no tiene problema a responder (casi) ninguna pregunta de ningún periodista; un tipo común con responsabilidades extraordinarias, como Néstor Kirchner en su momento. Luego Sergio Massa, que hizo gran parte de su carrera política como el hombre anti-grieta, el de la mesura y la avenida del medio, el de los grandes consensos a futuro. Matías Lammens, ni kirchnerista ni antikirchnerista, un progre porteño con sensibilidad social y una gestión admirable en San Lorenzo. Pino Solanas y Victoria Donda: figuras críticas del kirchnerismo desde la izquierda. Ofelia Fernández: la juventud feminista. Y así un largo etcétera. Toda gente anti-grieta.

El mensaje de nuestro candidato a presidente ha sido categórico: lo único que vamos a meter preso si ganamos es a la venganza. El Ministerio de la Venganza, el odio y el miedo, la persecución y la confrontación antipolítica corren por cuenta del gobierno, no de nosotres. En su primer discurso luego del anuncio de la fórmula Fernández-Fernández en Merlo, Cristina evocó el año 2010 y llamó a "recuperar el espíritu de la Argentina del Bicentenario", el espíritu de unidad nacional, de grandes consensos nacionales. Más aún, la plataforma electoral del Frente de Todes llama, exactamente, a unir a les argentines:
Es tiempo de unir a todas las argentinas y argentinos para poder enfrentar juntos las complejidades de una crisis estructural [...] Nuestro país necesita de un nuevo contrato social para poder superar una profunda crisis inducida por las políticas implementadas por el gobierno de la Alianza Cambiemos y afianzadas a partir del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Un nuevo contrato social requiere de compromisos para la emergencia, pero también para el mediano y largo plazo, superando las cíclicas crisis que han caracterizado a nuestra historia.
Queremos abrir un nuevo tiempo político y social en nuestra patria. Un momento de involucramiento y asunción de responsabilidades colectivas. Cristina lo ha llamado contrato social de ciudadanía responsable. Para eso, hay que debatir ideas y lograr grandes acuerdos, abandonando enfrentamientos falsos y argumentaciones viciadas. Se trata de derrotar electoralmente al macrismo para luego entre todes dar un salto hacia el futuro.


El protagonismo militante

Se ha discutido mucho en estos años qué rol tiene el kirchnerismo en el universo peronista. Se ha dicho que es una desvía progresista, que es actualización doctrinaria, que es peronismo de izquierda, que es peronismo del siglo XXI. Pero quizás tenga más sentido pensar al kirchnerismo como la revitalización y la continuidad histórica de la tradición militante dentro del peronismo. 

El peronismo militante es aquel que sostiene la comunidad organizada como un modelo y un horizonte. Es aquel que crece en las unidades básicas, en los merenderos, en las comisiones internas, en los centros de estudiantes. Es el que reivindica la participación ciudadana como forma de consolidar y profundizar la democracia. Es, como dice Damián Selci en su "Teoría de la militancia", aquel que defiende la toma de responsabilidades colectivas al hacerse cargo de los asuntos públicos. La vida no-individual.

El potencial militante del peronismo es de lo que menos entienden consultores de comunicación política, asesores externos y otras faunas que pueblan las campañas electorales. Se puede rastrear en la resistencia peronista, en el luche y vuelve, en la lucha contra la dictadura, frente a la traición del menemismo, en el 2008 con la 125. Su último espasmo fue la aparición furiosa en el balotaje de 2015, sembrada durante una década entera de derechos adquiridos. El peronismo militante despierta en las circunstancias más duras, en los momentos en que la patria está en peligro. Pero hay que saber llamarlo.

Allá en noviembre de 2015, cuando la elección parecía perdida, de formas anárquicas y avasallantes emergieron decenas, centenares de miles de militantes que salieron a defender un proyecto político en su hora crítica. Ese potencial está latente y puede ser conducido políticamente en tanto se lo convoque y se le dé el protagonismo que merece. ¿Por qué no habríamos de invocarlo con toda decisión? Invoquémoslo, con toda decisión.


Movilizar es ganar

¿Con qué espíritu se afronta una campaña donde el adversario es tan catastrófico en sus políticas y tan poderoso en sus herramientas? El triunfalismo y el pesimismo son ambos malos consejeros. Por suerte, la filosofía militante nos ha provisto de infinidad de fórmulas para la lucha política: Gramsci decía que había que combinar el pesimismo de la razón con el optimismo de la voluntad; Baruch Spinoza proponía afrontar el porvenir sin miedo y sin esperanza; Terry Eagleton recomienda esperanza sin optimismo. Son todas formas de decir: la derrota es posible, pero la victoria es alcanzable si creemos en ella y la contagiamos.

Entonces, hay que salir a juntar votos como si faltara uno sólo para ganar, y lo fueras a ganar vos ahora. Perder un voto, ganar un voto, repetir. Pedro Saborido sugiere en sus charlas de comunicación persuasiva que lo tomemos como un juego: probemos qué sirve y qué no, vayamos ensayando distintas tácticas y métodos. Para eso, el Frente de Todes debe convocar ampliamente a su base electoral a abandonar la posición de analistas de la política, de predictores de escenarios estadísticos, de pronosticadores de resultados electorales, de sommeliers de encuestas, opinadores de spots o cuestionadores de jefes de campaña. No se trata de señalar si se hace bien o mal tal cosa; de comentar si nos gusta más o menos lo que dijo Alberto cuando fue a tal o cual programa de televisión; de criticar si la agrupación que tiene una unidad básica cercana está repartiendo más o menos material. Nada de eso sirve, porque no es momento de autocríticas, de balance, ni de análisis, por muy buenos que sean. Es momento de campaña, y eso requiere que seamos protagonistas.

Lo dijo exactamente así Máximo Kirchner en el lanzamiento del Frente de Todes en Avellaneda: "les quiero protagonistas, nunca espectadores". No en el banco de suplentes de la campaña electoral, observando cómo todo sucede, sino jugando de titulares, pidiendo la pelota, arengando, convocando y demostrando cómo se hace, para convocar a otres. Va la cita completa de Máximo:
Es la gente la que va a construir esta victoria. Son ustedes si no se dejan quebrar la autoestima, si se ponen de pie, si demuestran voluntad de transformar la Patria. Si quieren realmente dejar un futuro mejor para sus hijas y sus hijos; lo podemos hacer entre todos y todas. Salgamos a todo ritmo a construir una victoria que conmueva al pueblo y que vuelva a poner en la Casa Rosada alguien que defienda a la gente y no a las corporaciones. Los quiero protagonistas, nunca espectadores.
En esta campaña, la militancia puede persuadir y llevar el mensaje del Frente de Todes hasta el último rincón de la patria. Sin insultar a quien votó a Macri, sin enrostrar ningún tipo de superioridad moral por quien no se interesa en la política, sin gritar ni enojarse. Con convicción, solidaridad y buena leche. En cada barrio, en cada manzana, en cada esquina, en cada almacén y en cada cena familiar, se trata de persuadir para ganar. Escuchar, empatizar, comprender, para luego convencer. Así se gana esta elección. Movilizar es ganar, vamos a por ello.

Thursday, May 23, 2019

Un paso atrás, dos adelante





Aunque me beses la boca
no es suficiente
Y recordé todo, especialmente el corazón,
el corazón sobre todo

- Estelares

La política se trata de tomar decisiones, y la gran política son grandes decisiones. Cristina tomó una decisión. Una decisión enorme, gigantesca, desmedida. Lo enorme de la decisión sólo es comparable con lo enorme de su figura. ¿Qué otro liderazgo en la historia argentina ha cedido semejante cuota de poder de forma desinteresada en función del bien común? Horacio Verbitsky lo comparó con otras grandes decisiones de la historia: Alfonsín juzgando a las juntas, el Pacto de Olivos, el enfrentamiento de Perón con el neoperonismo en los años 60. Decisiones que transformaron debilidades en fortalezas. Pero ninguna de ellas supone de forma tan explícita una cesión de poder político, un gesto desinteresado que antepone lo colectivo a lo individual, predicando con el ejemplo. Quizás pueda compararse con la renuncia de Eva Perón a la vicepresidencia en 1951 o la de Juan Perón en 1955 que eligió el tiempo por sobre la sangre y partió en una cañonera paraguaya para evitar una probable guerra civil.

Detengámonos sobre la idea de decidir, porque toda decisión es indecidible. No es como las matemáticas, la lotería, o "Quién quiere ser millonario". No hay en política decisiones correctas o equivocadas. No hay una chicharra que suena cuando la pifiás. En la política, como enseñó Perón en su manual de conducción, sólo hay éxitos o fracasos. Como sabe cualquier militante de base, tomar decisiones políticas por más pequeñas que sean, es una tarea ardua, extenuante, incluso angustiante. Como dijo Gastón Fabián en su blog, usar la palabra "jugada" para referirse a la decisión de Cristina, corre el riesgo de achicar el análisis a lo inmediato, lo coyuntural. Por el contrario, es probable que la decisión que tomó Cristina, sus causas y sus efectos, tarden años en vislumbrarse de forma completa. Por ahora, quienes militamos en el kirchnerismo debemos, como pidió Cristina, cerrar filas para ganar las elecciones.

Sin embargo, porque para actuar antes hay que ver y apreciar (base para resolver), necesitamos debatir aunque sea un poco sobre el parte aguas que implica la decisión de Cristina. En eso estamos estos días. Por eso, acá van algunas puntas muy precarias y sobre todo provisorias sobre el anuncio de la fórmula Alberto Fernández / Cristina Fernández de Kirchner para la Presidencia de la Nación en 2019.


Del 2003 al 2020

El estupor antiperonista ante la decisión nace de sus propios prejuicios. Si Cristina es simplemente una política corrupta cuyo único objetivo es acumular poder y dinero, ¿por qué retroceder un paso ahora que está tan cerca del premio mayor? ¿Es sólo una "jugada" maquiavélica para retener todo el poder desde las sombras? Las coordenadas gorilas impiden reconocer que Cristina efectivamente ha cedido poder.

Cristina es peronista, por tanto comprende la importancia de la acumulación de poder; pero también es militante, por tanto acumula poder para transformar la realidad, no como un fin en sí mismo. Cede poder a otra persona, en este caso Alberto Fernández, en función de un objetivo mayor. Tampoco es la primera vez que lo hace. Su apuesta continuada a la construcción de una nueva generación política expresada en las organizaciones militantes del kirchnerismo fue también un permanente empoderamiento de pibes que seguramente le hayan traído más de un dolor de cabeza.

Entonces, toda decisión militante tiene un objetivo. Se pretende intervenir sobre la realidad para modificarla, para abrir nuevas posibilidades y escenarios. Hay un diagnóstico y decisiones que le siguen. O sea, una estrategia. La estrategia  de la hora se llama contrato social de ciudadanía responsable

El diagnóstico tiene por lo menos tres elementos: la tensión democracia/neoliberalismo, una reflexión sobre los liderazgos, y la crisis que padecemos en la actualidad. Sobre el primero habló en el Foro de Pensamiento Crítico de CLACSO a fines de 2018. Su conferencia titulada "Capitalismo, neoliberalismo y crisis de la democracia" tuvo variadas definiciones, pero una es clave, la del poder:
Cuando uno llega al gobierno si tenemos que representar lo que significa el gobierno del poder legislativo y el poder ejecutivo que es lo que se somete a elecciones cada dos años o cada cuatro, podemos decir que eso representa un 20 un 30% del poder, el otro 70 u 80 por ciento del poder está afuera, en organizaciones, en organismos, en sociedades, en medios de comunicación, cosas que no están reguladas ni en ninguna constitución ni en ninguna ley. Por eso es imprescindible darse una nueva arquitectura institucional que refleje la nueva estructura de poder. Hay una estructura de poder que no está reflejada ni en la constitución ni en la regulación, es necesario que esa estructura de poder esté regulada e institucionalizada bajo pena de concebir a la democracia por algo obsoleto...
Se refiere a la erosión del poder democrático en tiempos neoliberales. Recuerda que el sistema constitucional que tenemos se remonta a la idea de división de poderes de la Revolución Francesa, que ya nos quedó viejo. Habla de la necesidad de construir una nueva arquitectura institucional. Decía: un proyecto político gana las elecciones con una serie de objetivos, pero luego se encuentra que no tiene el poder para llevarlos adelante, porque hay otros poderes que están afuera de las instituciones. Fueron esos poderes con los que se enfrentó Cristina a partir del 2008: las patronales terratenientes, los medios de comunicación, los grandes grupos empresarios. En CLACSO, Cristina no propuso quemar Clarín, destruir a la oligarquía, ni expropiar los medios de producción. No planteó la necesidad de destruir a los factores anti-democráticos. Todo lo contrario, propuso crear un sistema institucional que los incluya, que les otorgue reconocimiento pero también les exija cumplir con obligaciones para con el resto de la sociedad.

Luego, en la presentación del libro "Sinceramente" en La Rural, largó la propuesta del contrato evocando el Pacto Social de 1973. Hizo una reivindicación del último Perón y de José Ber Gelbard, pero no fue exactamente un llamado a su reedición. La prensa hegemónica se plagó de editorialistas que le "recordaban" a Cristina que ese pacto había tenido todo tipo de dificultades. ¡Pero eso era exactamente lo que ella quería remarcar! Que a Gelbard y a Perón el empresariado no los acompañó, que el 12 de junio  el presidente puso a disposición su renuncia si no se cumplía el pacto. Cristina recordó la tentativa de renuncia de Perón, pre-anunciando de alguna manera su fórmula con Alberto. Porque, como suele decir Máximo, no hay apellidos milagrosos. Ni siquiera el Perón que ganó con el 63% de los votos logró construir un gran acuerdo patriótico de todos los sectores de la sociedad. Indirectamente, Cristina reconoce que su liderazgo popular no es suficiente para sacar al país adelante. Requiere responsabilidad colectiva.

El tercer elemento es la crisis, de lo que habla primariamente el video que anuncia la fórmula. Crisis global, crisis regional, crisis local. Cristina hace énfasis en que estamos en un momento peor que el 2001, que requiere de altísima responsabilidad de toda la sociedad para salir adelante. 2019 no es 2003, y el kirchnerismo debe asumir la responsabilidad histórica de hacer su parte para levantar la patria, incluso si eso significa hacer enormes sacrificios simbólicos y políticos.

En este blog se dijo infinidad de veces que para poder ganar y gobernar había que nombrar con precisión cada uno de los factores de poder contra los que el kirchnerismo se enfrentaba, cristalizar las tensiones sociales en un discurso político que pudiera oponer una montaña de votos de forma explícita a todo el poder concentrado. Una estrategia populista, definida en términos precisos por Ernesto Laclau. Sin embargo, Cristina ha delineado una estrategia distinta, que no puede ser llamada populismo sino que debe llevar otro nombre: es una estrategia ciudadana, una estrategia republicana, una estrategia patriótica. ¿En qué consiste? No poner las tensiones por fuera, sino meterlas adentro, interiorizarlas. Todo todo todo adentro del campo nacional. Todo lo que no sea Macri y el FMI tiene que estar adentro. Porque esos son los dos adversarios principales. Al primero hay que ganarle las elecciones, y al segundo hay que derrotarlo en su vocación de digitar nuestro destino desde afuera.

Se podrá decir: ¿no era esta la autocrítica que se le pedía a Cristina? Sí y no. Sí  porque, luego de delinear una estrategia, ha elegido como conductor táctico a un hombre que ha sido explícito detractor y crítico de sus gobiernos. Pero a la vez no, porque el pedido de autocrítica que se le hacía a Cristina y al kirchnerismo era un pedido de autodisolución, de mea culpa, de arrepentimiento por existir, gobernar y politizar. Eso no ha sucedido. Por el contrario, Cristina y el kirchnerismo derrotaron la autocritica destructiva y desde la autoestima ganaron la disputa por el sentido de la oposición a Macri y el sentido del peronismo. Habiéndole ganado la pulseada al antikirchnerismo opositor, ahí sí llegó el momento de incorporar un legítimo pedido de autocrítica que empezó por casa para luego extenderse a toda la sociedad. Autocritiquémonos todes, parece que dice Cristina: "arranco yo, siguen ustedes".

Tenemos que ser mejores todes, no sólo Cristina. El llamado a un contrato social de responsabilidad ciudadana no es únicamente una estrategia para pilotear la tormenta y salir de la crisis. Cristina propone una profunda transformación social y la fundación un nuevo orden en la Argentina. La insistencia en la palabra ciudadanía indica sus dos caras: los derechos y las responsabilidades. El país no se salvará ni con un pacto de cúpulas (que debe existir), ni con grandes liderazgos (que son imprescindibles), ni con fuertes consensos políticos (que hacen falta): para iniciar un tiempo nuevo, se requiere el involucramiento de la sociedad toda en los asuntos públicos. Todes tendremos que hacer renunciamientos, y ella da el primer paso para atrás, lanzándonos hacia adelante. Lo explica mejor ella, en el epílogo de su libro (spoiler alert):
Ante la caótica situación que vivimos en nuestro país y como sociedad, escucho hablar de un gobierno de Unidad Nacional o de un acuerdo social y económico. Nadie puede estar en contra de semejantes postulados y propósitos, pero me da la impresión que sólo refieren a acuerdos dirigenciales, superestructurales, de partidos políticos, sindicatos, asociaciones empresarias, iglesias y movimientos sociales... Y está muy bien, pero después de gobernar la Argentina durante dos períodos consecutivos y de haber sido testigo, parte y protagonista de la vida política de este país -como doy cuenta a lo largo de este libro-, creo que con eso no alcanza. Se requiere algo más profundo y rotundo: un nuevo y verdadero contrato social con derechos, pero también con obligaciones, cuantificables, verificables y sobretodo exigibles y cumplibles. Un contrato que abarque no sólo lo económico y social, sino también lo político e institucional. Hay que volver a ordenar todo, pero no en el viejo orden, sino en algo nuevo, distinto y mejor de lo que tuvimos.



Me bajé por vos

Hay un cierto extrañamiento en el kirchnerismo. Alberto Fernández se fue cuando llegaba la militancia. Alberto Fernández se fue exactamente cuando nacía el kirchnerismo, en el 2008, en el conflicto con las patronales rurales. Más aún, se fue precisamente por los mismos motivos por los cuales nosotres llegamos. ¿Esto quiere decir que el kirchnerismo se terminó? De ningún modo, pero el kirchnerismo como lo conocimos en el período 2016-2019 se ha terminado. La decisión de Cristina abre una nueva etapa de madurez y responsabilidad colectiva, donde el kirchnerismo y la militancia tendrán un papel central. ¿Quién entiende más de asumir responsabilidades que quienes dedican su vida a la organización popular?

Además del extrañamiento, hay un deseo que quedó interrumpido: el anhelo de Cristina presidenta no va a poder ser. Nos quedó trunco, incompleto, a medias. Si ganamos las elecciones ella será vice, será presidenta del Senado, será lideresa regional y global, será leyenda viviente y conductora estratégica... pero no será presidenta. Muchísimes militantes (por lo menos yo) sentimos un pequeño dolor, una tristeza, una desilusión al escuchar sus palabras calmas, serenas y completamente razonables en el video. Porque razonó con nosotres y nos dijo: cierren filas, la tarea es ardua y hay que arrancar de nuevo. 

La ilusión de que Cristina podía volver así nomás y todo sería hermoso, que podríamos borrar de un plumazo cuatro años de destrucción total y concluir las tareas inconclusas de la década anterior nos trajo hasta aquí, pero aquí mismo debía ser abandonada. Al anunciar su candidatura a vice, produce un recalibre de expectativas. Hay que hacer un enorme esfuerzo por ganar las elecciones, y luego habrá que hacer un enorme esfuerzo por gobernar.

Entonces, Cristina trunca nuestro deseo de su retorno pleno. Pero lo trunca no como una desilusión o un fracaso; sino como un llamado. Nos devuelve la pelota: "no crean que yo sola puedo arreglar este quilombo". Ese deseo trunco no es otra cosa que el deseo de liberación de la patria, de emancipación, de revolución. El deseo que nos hizo sumarnos a participar de un proyecto político. El proyecto político se mantiene vigente, vive en nosotres, y es nuestra responsabilidad hacernos cargo. Entonces ese dolor, ese deseo de obtener algo que no obtuvimos tiene que ser el puntapié para la construcción de un nuevo kirchnerismo. Es el momento de parir una nueva madurez militante, de hacerse cargo del legado de Néstor y Cristina.

Cristina insistió en la Feria del Libro y en su video: la juventud es su debilidad, es su gran apuesta, es ahí donde ve su legado. Es notorio: hay una generación militante en las entrañas del kirchnerismo que está a punto caramelo. Tiremos algunos nombres, seguro se les ocurren más: Axel Kicillof, Mayra Mendoza, Máximo Kirchner, Anabel Fernández Sagasti, Leandro Santoro, Vanesa Siley, el "Cuervo" Larroque. Enormes cuadros políticos que se han consolidado en la adversidad del macrismo, que forman parte de organizaciones políticas y toman decisiones de forma colectiva. Militantes que saben dar un discurso, que saben gestionar, que saben luchar, que se bancan presiones y no claudican. Que saben tender puentes y escuchar; que saben liderar a otres, que pueden mostrar el camino hacia adelante. Para esa generación, el peronismo no es la llave para administrar el poder vigente, sino el vehículo para transformar la Argentina. 

Finalmente, Cristina se bajó de la candidatura presidencial por el mismo motivo por el cual se subió a la candidatura a senadora hace dos años: lo hizo por nosotres. Se puso la fuerza política al hombro porque nos veía verdes, inmadures, todavía no en condiciones de dar la pelea contra el macrismo. Se lanzó a senadora para mostrarnos que se podía y se debía enfrentar a Macri y a Vidal en su "mejor momento"; le puso el cuerpo y la cara a una derrota electoral para empujarnos hacia el futuro, para que no nos resignemos. Y ahora, que las encuestas todas dicen que podía ganar incluso holgadamente, que gobernadores, intendentes y sindicalistas piden por su candidatura, que todo el mundo creía que volvía triunfante; ahí toma la decisión de empujarnos al futuro otra vez. Como si nos dijera: "No, no soy yo, son ustedes, apiolensé". 

Hay una elección que ganar. Todo el mundo a cerrar filas y a persuadir, a convencer, a organizar. El paso atrás que ha dado Cristina en la fórmula es un don, una ofrenda, un gesto a cada ciudadano y ciudadana; una demostración de que ella está dispuesta a ser mejor, a ser distinta, a acercarse a cada argentine para escuchar, para tender la mano y pedir ayuda. Salgamos a militar a Alberto y a militar la decisión de Cristina, para ganar y gobernar; para acabar con este caos y abrir un nuevo tiempo para nuestra Patria. A vencer.



(diseño cortesía de @unterrikola)

Wednesday, April 17, 2019

La larga marcha




Se que tengo que activar e inventar
un nuevo sistema para volver a empezar
arrancar de raíz los problemas
y así, sin problemas
a no, a no desesperar

- Sara Hebe


Recibí el año nuevo en Santiago de Cuba. Era 31 de diciembre a la noche, y nos acercamos a la plaza principal de la ciudad para participar de los festejos. Nos habían asegurado una fiesta popular, y lo que nos encontramos no defraudó. Shows musicales, ferias de todo tipo de productos, fuegos artificiales, emotivas alusiones al 60 Aniversario de la Revolución. También nos habían comentado de una singular tradición. A las 12 de la noche se izaba sobre el ayuntamiento (desde cuyo balcón Fidel pronunció un discurso histórico el 1 de enero de 1959 a la noche) una enorme bandera cubana. Si flameaba, sería un buen año. Si quedaba quieta, eran malos augurios. Imaginen un grupo de argentines kirchneristas, pensando en las inminentes elecciones de 2019, esperamos el momento con ansiedad, y seguimos milimétricamente con nuestros ojos a medida que la divisa era elevada por las poleas. Cuando llegó a la punta... bueno, no podemos decir que se batió al viento locamente, pero tampoco estaba completamente quieta. Parecía como que nos pedía que la ayudemos, que juntemos aire en los pulmones y lo larguemos con fuerza para darle un empujón. Quizás así sea nuestro 2019. Si queremos que flamee, vamos a tener que soplar.

No hay tirapostismo que valga este año. No hay mayor irresponsabilidad que sentarse sobre los laureles airando "arrasamos en primera vuelta", o caer en un pozo depresivo de "no volvemos más". La verdad de la milanesa es que el futuro no está escrito, y las cartas no están echadas. Si alguien te garantiza un resultado, te miente. Quien te asegura batirte la justa, te está chamuyando. La moneda está en el aire, se puede ganar y se puede perder. Hay innumerables variables en juego, y una de ellas es qué vamos a hacer nosotres, la gente de a pie, kirchneristas, peronistas y antimacristas que queremos que esto se termine y venga otro viento mejor. ¿Qué vamos a hacer?


Motivos

Hay motivos para imaginar una derrota, ¿cómo no? Enumeremos: la cancha inclinada en contra con medios de comunicación, aparato judicial, servicios de inteligencia, la suma del poder público y privado a su favor, el apoyo geopolítico de la embajada yanqui. Tienen muchos más fierros y mucha más plata que nosotres. Tienen mayores tecnologías de campaña y más avanzadas herramientas electorales. Pueden hacer microfraude y quizás no tan micro. Cuentan con el odio de clase antiperonista y el odio contra Cristina (que son casi la misma cosa) como gran articulador de su núcleo duro. Tratarán en campaña de sacar lo peor de la sociedad, apelar a la xenofobia, al racismo, al punitivismo, al antifeminismo. También corresponde reconocerles que históricamente han sido una fuerza política muy disciplinada, cometen menos errores que sus contrincantes. Pueden cambiar la cara y mantener el proyecto. Pueden ganar.

Hay motivos para imaginar una victoria, ¿cómo no? Enumeremos primero las obvias: la crisis económica y sus catastróficas consecuencias sociales, el aparente fracaso estrepitoso de las políticas de gobierno de Cambiemos. Las peleas internas, la fractura expuesta del caso D'Alessio. La fortaleza política del kirchnerismo, la enorme gravitación electoral de Cristina Fernández de Kirchner, el amor que le tienen amplias fracciones de la población, el recuerdo de los tiempos felices de asado los domingos, paritarias sin techo, fútbol para todos y satélites en el espacio. El emergente del feminismo como potencia que empuja. La paulatina articulación opositora (unidad le dicen) que se ha ido forjando con sectores que no piensan igual que nosotres: gobernadores, intendentes, sindicalistas, dirigentes no kirchneristas. Se está armando algo suculento para las elecciones. Sin errores forzados, con un mensaje claro, hablando del futuro y con mucho protagonismo popular podemos ganar. Podemos ganar, repitámoslo: PODEMOS GANAR.

Ahora bien, todavía faltan acomodarse muchos melones. Estamos navegando abril y no hay ninguna certeza sobre los nombres que encontrará la gente en el cuarto oscuro. La candidatura de Macri parece flaquear, ¿se bajará o no se bajará? La línea oficial insiste que van por la reelección. Pero se pueden leer hipótesis para todos los gustos: que hay Plan V para que sea María Eugenia, que todo es una jugada maquiavélica para que sea Marcos Peña, que la Alianza Cambiemos se rompe antes de junio. Puede ser alguna de estas, o también ninguna. ¿Se romperá la UCR? ¿Qué jugará Carrió? ¿Quién carajo sabe? Falta mucho y todo puede explotar por los aires, o no. Cambiando al canal Clarín/Techint: ¿Lavagna finalmente se presentará? ¿Urtubey y Massa qué van a hacer? ¿Tinelli? ¿Quién juega a la avenida del medio? ¿Garpará? ¿Dividirá el voto opositor? ¿O dividirá el voto anti-Cristina?

En el campo popular, la incógnita sobre la candidatura de Cristina enciende todo tipo de alarmas y especulaciones, como suele suceder. Pero con agravantes: primero, la persecución sobre la líder peronista y su familia está llegando a niveles intolerables. Decenas de juicios orales por delante, infinidad de procesamientos y pedidos de detención, y para completar un cuadro de crueldad política sin precedentes desde la dictadura militar, se apuntan los cañones contra su hija Florencia que se recupera de una delicada situación médica en el hermano país de Cuba. Segundo agravante: si Cristina finalmente no pone la jeta, ¿quién podría hacerlo en su nombre? ¿Solá? ¿Rossi? Por favor Scioli no, dime que Scioli no por favor. Kicillof camina como candidato bonaerense, pero hace años que recorre todas las provincias argentinas... quién te dice... La ausencia de Cristina en la boleta puede tener un efecto de dispersión en el peronismo, al revés de lo que dicen las voces autorizadas del análisis político. ¿Quién puede nuclear un buen pedazo de panperonismo y retener los votos fieles a CFK? Todo bajo el cielo es un caos. Si no se jugara el futuro de la patria, estaría para comprar pochoclos.

En vez de comernos las uñas y volvernos crazy con las especulaciones electorales, los cierres de listas trambólikos, las elucubraciones sobre lo que las encuestas dicen y ocultan, hay una tarea bien sencilla a la que avocarse para ayudar a ganar este año: organizarseAfortunadamente no requiere esperar a junio ni a agosto ni a octubre ni a noviembre. Si todavía no empezaste, podés empezar ya.


Acción

La militancia es una acción transformadora. Es cambiar algo de la realidad que duele, es ponerse al hombro los problemas colectivos. No es más que aportar un granito de arena, como suele decirse, sabiendo que hace falta billones de granitos para hacer una playa. Este año en particular hay elecciones presidenciales y seguramente decenas de miles de compatriotras están pensando cómo hacer su parte para ganar, porque los granitos de arena son votos, y necesitamos más de los que tenemos.

Primeramente hay dos maneras de militar esta campaña: la acción individual y la acción colectiva. Individualmente se pueden hacer infinidad de cosas. Podés tratar de convencer un taxista, argumentarle a tu tía, pegar cartelitos, postear en redes sociales, reenviar data por whatsapp, hacer memes, ir a todas las marchas que se convoquen. También se puede hacer con otres: podés acercarte a una unidad básica, sumarte a una agrupación del sindicato, meterte en un grupo de Facebook que se reúne en una plaza, visitar un centro cultural que hace movidas políticas. Podés juntarte con tres o cuatro amigues y cranear cosas en conjunto. Podés fiscalizar también, ¿ya te anotaste?

La acción colectiva supone el abandono de un mínimo de la libertad individual en pos de la libertad de un conjunto. Es resignar un cachito de une misme, de tu ego, de tu personalidad, de tu singularidad; pero los resultados pueden ser más que la suma de las partes. Sobre todo si la acción colectiva está conducida políticamente, si forma parte de una estrategia política. En esta línea, es imprescindible la lectura del libro "Teoría de la militancia" del compañero Damián Selci. Acá se puede escuchar una presentación reciente en el barrio de Caballito.

Sin ser cráneos de campañas, desde la experiencia militante podemos distinguir por lo menos tres tipos de acciones para sumar votos: las inductivas, las persuasivas y las organizativas. Veamos:

La acción inductiva es lateral, es indirecta. Es un cartelito en la parada del bondi, que decenas de personas miran mientras esperan; es un comentario al pasar en la cola del supermercado; es una pintada en una pared del barrio; es un freestyle en un vagón del tren; es un programa de radio en una FM barrial, que por ahí escucha alguien de otro palo. Son cosas que largamos por ahí, esperando que alguien pique, que genere un contexto favorable a nuestra cosmovisión. Acá hay muchísimo por hacer, tanto de forma individual o colectiva.

La acción persuasiva es la que más solemos imaginar cuando pensamos en la campaña. "Convencé a tu tío"; "jugátela en el whatsapp familiar"; "escribile a tus amigues del secundario". En el mano a mano, donde antecede una confianza previa, podés llegar a dar vuelta un voto. Eso casi nunca se hace de un sólo intento, sino que son estrategias largas, donde la vas llevando. También son a veces indirectas, porque debatís con tu cuñado gorila, sabiendo que no lo vas a convencer, pero en realidad estás apuntando a tu prima indecisa, que escucha atentamente en la otra punta de la mesa. El volanteo de campaña también es persuasivo, aunque más intenso y hostíl. Repartir un volante en una esquina ofrece a veces oportunidades para conversar con gente que pasa, que te pone la oreja un toque; otras veces te ningunean o te putean (aunque ahora menos). Es un excelente entrenamiento también. Cuanto más volanteás, mejor sos persuadiendo. Te volvés más efectivo incluso para debatir en tu familia o con tus amigues.

La más potente de las acciones militantes es la acción organizativa. Esto refiere por supuesto a todas las acciones colectivas partidarias: fiscalizar, dar una mano en el comando de campaña, salir a hacer una recorrida por una manzana, arreglar una plaza o una escuela, participar de una jornada solidaria. Acciones enmarcadas en grandes estrategias y pequeñas tácticas. Pero también incluye situaciones donde se organiza a la sociedad en defensa propia: juntar firmas para poner un semáforo, crear un grupo de whatsapp de la cuadra, armar una olla popular en la esquina, movilizar a una oficina pública para pedir una cloaca, convocar una asamblea para impedir un emprendimiento inmobiliario que arrasa espacio verde, armar una murga o una escuelita de fútbol gratuita para les pibes del barrio. Organizar es persuadir, porque demuestra a quienes participan y quienes observan que las soluciones a los problemas son colectivas, que las cosas se resuelven cuando nos las ponemos al hombro en conjunto. Descubrir eso no te hace kirchnerista ni te lleva directo a votar a Unidad Ciudadana, pero arrima el bochín.


Ella sola no le gana

Desesperar y esperar parecen antónimos pero son en realidad dos caras de la misma moneda. Des-espera quien antes esperaba algo de una situación, que al no aparecer, pierde la calma. Ambas posiciones nacen de una pasividad inicial que pretende que las soluciones lleguen de algún lado. Pero la lección fundamental de la militancia es que no hay soluciones mágicas, sino acciones  concretas interviniendo en una realidad donde puede haber éxito, como puede no haberlo. En cualquier caso, no hay margen para la pasividad.

Circula fuerte una campaña lanzada por el Frente Patria Grande bajo la consigna "Ella le gana", aludiendo naturalmente a la candidatura de Cristina y a Macri. Pregunto: ¿es razonable afirmar que tan solo ella le gana? ¿Que alcanza simplemente con que Cristina se presente para "ganar por afano" como sostiene Juan Grabois en el programa de Luis Majul? ¿O falta algo más? Ya lo dijimos arriba, afirmar altaneramente una victoria asegurada es de una irresponsabilidad absoluta. Pero lo peor no es eso, sino que "Ella le gana" es una consigna que desmoviliza, que desincentiva la participación, que nos habilita quedarnos en casa mirando Game of Thrones, pasando historias de Instagram o jugando al Candy Crush mientras otres hacen la política por nosotres. Lo mismo podría decirse sobre el excesivo recurso a la idea de la unidad. ¿Quiénes hacen la unidad? Las dirigencias. ¿Y nosotres que hacemos? ¿Simplemente reclamamos la unidad? ¿Y si la unidad no alcanza?

Cristina hará la mejor unidad que pueda, y hará el mayor esfuerzo por ganar las elecciones. ¿A alguien le cabe alguna duda del compromiso de Cristina con los destinos de la patria? Ella está y va a dejar todo. Si lo mejor es que sea candidata, será candidata; si hay una alternativa mejor, optará por eso. Con esto no quiero decir que debemos reprimir nuestros anhelos de que esté en la boleta este año. Para nada. Gritémoslo a los cuatro vientos, que se despliegue el deseo popular de que Cristina sea presidenta otra vez. Ahora bien, encabece la lista o no, lo importante es que tengamos la certeza de que Cristina no nos va a dejar en banda; jamás lo haría. Basta recordar su discurso el 21 de junio de 2011, cuando afirmó que sería candidata a presidenta para un segundo mandato:
Quiero decirles algo a todos: yo siempre supe lo que tenía que hacer y lo que debía hacer. Lo supe, inclusive, el 28 de octubre en este mismo lugar. No lo supe de inteligente ni de ambiciosa, lo supe cuando miles y miles, que pasaron por aquí a despedirlo por última vez, me gritaban fuerza Cristina, y hoy todavía, cada vez más, ese fuerza Cristina. Siempre supe, porque siempre he tenido un alto sentido de responsabilidad política, histórica y personal respecto de lo que debía hacer.
Cristina tiene un enorme sentido de la responsabilidad histórica, y hará lo que tenga que hacer. El tema es qué haremos les demás. ¿Qué vas a hacer vos? Porque la esperanza no viene de cualquier lado, no es un optimismo bobo de que los planetas se van a alinear simplemente porque queremos que se alineen. La esperanza es equivalente al compromiso de hacer la parte que le toca a cada une.

La unidad dirigencial que se va gestando, ¿cuántos votos aporta? Es reconfortante por momentos la voz de Alberto Fernández, de Pino, de Moyano, etc. Pero ¿conocés a alguien que haya cambiado su imagen hacia la mirada de país futuro que tenemos porque ellos se manifiesten en favor de la unidad? Hay gente que está cerrada contra CFK, que nunca la escucharía, y que tampoco escucharía a ningún dirigente que pegó el volantazo para la unidad del campo nacional y popular. Pero esa gente quizás te escucharía a vos, y vos podés ser Cristina en la mesa familiar del domingo, en el descanso del trabajo, en una esquina volanteando, o donde sea.

No hay otra: es como el balotaje del 2015, esta vez de largo aliento. Hay que participar y convocar a participar. Llamar a la movilización, al involucramiento, a la organización. Este es el momento, hay que ir empezando a cosechar todo lo que sembramos durante una década de gobierno popular y estos tiempos de oposición. Pero que no nos suceda como hace cuatro años, que esperamos toda la campaña y luego desesperamos en el último mes de balotaje. Hay que ir caminando despacito, construyendo y metiendo fichas. Pensémonos como la parábola de la liebre y la tortuga, y sin apresurarnos vayamos haciendo nuestra campaña popular, que será por abajo o no será. Sin embargo, y a diferencia del 2015 no haremos la campaña del miedo sino la campaña de la esperanza. Sumate a la esperanza de un nuevo futuro, una larga marcha militante hacia agosto, octubre, noviembre. Ya empezó.

Tuesday, December 4, 2018

Elogio de la primavera kirchnerista



*

Toda generación política tiene su primavera. "El predicador invisible", de Mariano Abrevaya Dios, es una novela sobre la primavera kirchnerista. Esos años locos y fugaces que arrancan brutalmente con la 125 en 2008 y luego se van diluyendo entre la victoria de Cristina en 2011 y la derrota de Scioli en 2015.

Durante la primavera kirchnerista mucha gente se sumó a militar. Mucha gente militaba de antes, mucha arrancó de cero, mucha gente un toque más grande empezó a militar de nuevo. Gente que venía de movidas culturales, de los derechos humanos, de la militancia social, de comedores, asambleas, movimientos estudiantiles, sindicatos. En esa trama se fue construyendo una generación política, que no es un grupo etáreo, sino un conjunto de personas que en un momento histórico determinado luchan en conjunto. El predicador invisible es una de esas personas, un pibe que milita en el kirchnerismo en sus orígenes, como hubo tantos miles en su momento.


La política

Es común escuchar a une militante kirchnerista decir que Néstor y Cristina nos devolvieron la política. El Indio ya nos había enseñado que todo es político (si esta cárcel sigue así), pero hay una diferencia importante entre lo político y la política. Lo político, podríamos decir, es la dimensión de la vida humana vinculada al poder, su distribución, cómo nos atraviesa, las tensiones propias de pensarnos y ser colectivamente. La política, en cambio, son las instituciones materiales que nos rigen. El Estado, los partidos, la policía, el Congreso, las elecciones, la democracia. Lo político puede estar en un detalle, en un gesto, en un libro, una amistad o una relación de pareja; pero la política abarca toda la sociedad. La política es pensar y actuar sobre el todo. Ya éramos personas involucradas en lo político, lo supiéramos o no. Pero el kirchnerismo invitaba a creer en la política. Nuestras ideas, anhelos e inspiraciones podían ser de mayorías.

Nos avivamos que la militancia política puede plantearse objetivos y lograrlos. Que se puede salir del goce estético de la resistencia y apostar al caballo vencedor. En democracia, en el marco de la democracia liberal que heredamos, se podía torcerle el brazo al capitalismo salvaje. Quizás no del todo, quizás sólo temporalmente, atando con alambre, pero se pudo. Aprendimos que se puede ganar. Y aprendimos a mamar el peronismo, esa identidad única que es una experiencia del cuerpo.


La militancia

El predicador invisible se sitúa en tiempos de la Ley de Medios y el Matrimonio Igualitario. Es una primavera política. El gobierno de Cristina amplía derechos sin parar, es vertiginoso. Clarín ya está nervioso. Todo es acá y ahora, y les militantes sienten que están viviendo momentos trascendentes de sus vidas y de la vida política del país.

Su protagonista, Dante, es un militante rodeado de militantes, saliendo de una organización política y armando otra, yendo a un barrio que no es el suyo a organizar. Hermosa palabra: organizar. Tiene algunas (pocas) herramientas: unas pelotas, un torneo de fútbol distrital, algún manguito para hacer un asado o imprimir unos folletos. Aparecen las realidades de toda organización política: sus compañeres de militancia, las discusiones, su referente, las tensiones, los anhelos, los objetivos cumplibles y los incumplibles, la solidaridad, la desconfianza, el deseo y las tensiones sexuales, las reuniones, su referente político, algún dirigente que aparece para la foto.

Y después está el territorio: La Boca, el sur porteño. Ahí Dante se enreda en un mundo cotidiano de vecinos y vecinas con quienes quiere hacer un trabajo político, y tiene que remar en dulce de leche, como todo militante. Ser militante siempre es medio marciano. Tratar de caer bien, dar charla, persuadir, dar una mano, meter temas en la discusión. La militancia se encuentra con una sociedad desinteresada y desconfiada. Y ahí va el predicador invisible a encontrarse con Graciela, una vecina de peso en el barrio que sostiene un comedor y le abre las puertas; luego conocerá a un grupo de pibitos de conventillo de quienes le tocará ser director técnico. Él y su compañera Magalí intentan hablarles de política, bajar línea, pero siempre cuesta.

Son los mejores años de la década K, con el crecimiento a tasas chinas y Beatriz Sarlo escribiendo en La Nación: “el kirchnerismo es hegemónico”. Pero la experiencia concreta de la militancia es mucho más ambigua, más compleja, más claroscura. Les personajes de Abrevaya Dios se sienten parte de algo trascendente, pero tienen los pies sobre la tierra. Creen en lo que hacen, se emocionan al sentir que su proyecto político avanza, pero sin ingenuidad.

Dice Jorge Alemán en su libro “Soledad : Común”:
Mantenerse en la Causa sin idealización implica soportar en la apuesta sin garantías que toda causa conlleva el retorno de lo reprimido o la repetición de lo mismo. En este aspecto, soportar el proyecto de la Causa implica asumir la aparición de reiteradas formas del obstáculo, de lo heterogéneo, que resiste al proyecto, hasta incluso aceptar el fracaso diferido que siempre invita a intentar fracasar, una vez más, de la “buena manera”.
La militancia kichnerista cree en la Causa, pero no idealiza. La historia de Dante y sus compañeres, es la historia de los obstáculos, de la repetición, de mantener la convicción ante circunstancias tremendas, ante las resistencias al proyecto; incluso ante el fracaso, Dante intenta, una vez y otra más.


La fidelidad

Las primaveras pasan. Algunas duran 49 días, otras duran dos años, pero tarde o temprano llegan a su fin. Se van yendo, de a poco, hasta que un día no están más. La primavera kirchnerista pasó, dejando un saldo y un compromiso.

Leer El predicador invisible para quienes militamos en el kirchnerismo en esos años es repensar el saldo que nos dejó la primavera kirchnerista. No somos los mismos que éramos cuando empezamos. Aprendimos a patear un barrio, leímos algunos libros, nos equivocamos, acertamos, nos peleamos, rompimos con un espacio, nos sumamos a otro, jugamos internas, operamos, nos operaron, hablamos de menos, hablamos de más, repartimos volantes, pintamos banderas, discutimos una y otra vez sobre el peronismo, nos ligamos alguna trompada, nos comimos el frío, la lluvia, las actividades que no convocan ni un sólo vecino, las que explotan. Somos otras personas, marcadas a fuego por esos días donde nos sentimos parte de algo eterno.

El compromiso ante esa experiencia es hacerse cargo, recordar qué fue lo que sentimos y vivimos en esa primavera; y no hacerse les giles. La primavera se terminó, pero el proyecto político vive. Ahora demanda muchísimo más de nosotres que entonces. Ya no gobierna Cristina sino Macri, ya no hay recursos ni aparato ni poder para repartir. Era fácil ser militante kirchnerista en 2011. Como también es fácil hoy pedir autocrítica, decir que el kirchnerismo ya fue, volverse a casa o peor, abonar a formas corporativas y anti-militantes de la política.

La ética, diría Alain Badiou, es ser fiel a los acontecimientos que atravesaron tu vida. La traición, el mal, es olvidar aquello que te atravesó y te hizo sentir parte de algo trascendente, algo revolucionario. El predicador invisible nos recuerda que, con todos sus vericuetos, el kirchnerismo fue y es un acontecimiento político que nos sigue llamando hasta el día de hoy a no olvidar que fuimos felices, que recuperamos la política y que volvimos a creer. No seamos cagones. Sigamos creyendo, sigamos militando, sigamos fieles. Nos lo debemos a nosotres mismes.


* Publicado originalmente en la compañera Revista Kranear.

Thursday, November 22, 2018

De menor a mayor



Por este río y sin barco 
llegaremos nadando 
la suerte no es para siempre 
tu viento de popa ya se va a acabar.

-Arbolito


Dos grandes hitos del 2018: por un lado, la desintegración del macrismo como régimen, entregado al FMI, al odio y la represión; por otro, el consenso mayoritario de la oposición de construir un gran frente patriótico con importante protagonismo de Cristina y el kirchnerismo. El 2019 se acerca con ajuste, recesión y persecución, pero también con una enorme oportunidad de ganar, gustar y golear.

Algunos melones se van acomodando, otros no tanto. Ganamos en México y en Venezuela, perdimos en Brasil. Bolsonaro fue un palazo mal, que requiere pensar estratégicamente. El escenario regional está abierto; se puede ganar o perder, todo o nada.

Dos tareas: hacia dentro, hay que disputar el sentido del frente opositor; y hacia afuera, hay que persuadir y construir una mayoría social. De menor a mayor.


La unidad de la autoestima

Hubo un tiempo donde la unidad del peronismo era la unidad de la autocrítica. Allá por 2016, "unir al peronismo" significaba que Julio Bárbaro valía lo mismo que Agustín Rossi, que Luis Barrionuevo tenía valores importantes para aportar y que Cristina era coisa do pasado. Machacarse los dedos, olvidar el kirchnerismo y volver a foja cero. Gobernabilidad, gradualismo, modernización. El peronismo se tenía que unir con las palabras y las ideas de Clarín y Marcos Peña.

Esos tiempos se terminaron. El kirchnerismo perdió las elecciones de 2017 pero ganó la principal disputa política entre 2016 y 2018. Ganó la pelea por el sentido del peronismo y la pelea por el sentido de la oposición al macrismo.

Cada día que pasa, la oposición se parece más a Cristina y menos a Macri. En el movimiento obrero, han triunfado las posiciones de la Corriente Federal. Puede ser que terminen al frente Pignanelli, Daer o Moyano; pero las ideas y los valores los pusieron Palazzo, Siley, Amichetti y Correa. Igual en el Parlamento. Se puso de moda votar que no.

La unidad se está dando desde la autoestima y no desde la autocrítica. La unidad parte de valorar lo que somos y lo que hicimos; el rumbo era y sigue siendo el correcto. Desde ese piso, se empieza a reconocer que las diferencias, los errores y las divisiones fueron asuntos menores magnificados, que ninguna ruptura fue imperdonable, ninguna discusión irremontable. 

El proceso de articulación opositor está en marcha. Daer se junta con Cristina; el Movimiento Evita se junta con Cristina; Felipe Solá se junta con Cristina; Grabois se junta con Cristina; les intendentes ya están hace rato con Cristina. Pino Solanas (¡¡PINO SOLANAS!!) va al interbloque de Cristina, y el FPV se fortalece en el Senado. Les gobernadores van a llevar un tiempito más, pero van viniendo.

En 2019 tendremos algo bastante parecido a un gran frente cívico de liberación nacional. ¿Cómo sigue la movida? Primero, debatir. El sentido y la orientación del frente político están en disputa. ¿Qué relato coronará el frente? ¿El de Grabois? ¿El de Felipe Solá? ¿O el de Unidad Ciudadana? ¿Será un relato transformador y feminista? ¿O será un relato tenue y tibio? ¿Aspiramos a grandes cambios o a pequeñas modificaciones? ¿Lucharemos por la libertad de les preses polítiques? ¿O les entregaremos porque "no hay que volver con los corruptos"? Hay todavía bastante discusiones por ganar.


Debatir todo

¿Cómo evitamos ser una bolsa de gatos? La conformación de un frente patriótico no garantiza solidez ni orientación transformadora. Puede tranquilamente ser una suerte de alianza anti-Macri que dure lo que un pedo en una canasta. Máximo Kirchner ha alertado sobre esto en numerosas ocasiones. Hay que generar una unidad racional, que sea capaz de gobernar, no sólo de ganar una elección.

Ahora que está de moda hablar la unidad, hay voces que llaman al silencio. "Che, no lo critiques que volvió"; "eh, no ves que Cristina ya no es más sectaria"; "tu jefa se junta con todes y vos seguís metiendo púa". Parece que la unidad requiere esconder debates, diferencias, argumentos. Requiere dejar de ser nosotres para ser "la unidad".

Ta, si todo es pura chicana y grito de traidor este traidor aquel, no sirve de mucho. Pero sí hay que debatir TODO, absolutamente TODO. Persuadiendo, confrontando, de buena leche. Pero nada de silencio. El sentido del frente político se lo darán quienes hablen y hagan mejor, quienes persuadan a sectores y a votantes de que SU parcialidad dentro del frente patriótico es la que tiene la posta-post para ganarle a Macri y dar vuelta la taba.

Quien calla otorga. Si no articulamos un discurso convincente sobre el financiamiento de la política, gana el "que no vuelvan los corruptos". Si no ponemos sobre la mesa un relato de sentido común sobre un orden y una seguridad ciudadana, gana el punitivismo. Hay oportunidades para ganar las discusiones, pero hay que darlas, con fuerza, con ganas, con argumentos, con estrategia.

No se trata de insultar a Grabois, al Movimiento Evita o a algún intendente, ni de chicanearlos por tal votación o tal declaración. Se trata de explicar por qué no compartimos sus posiciones y cuáles son las nuestras; por qué tuvo más sentido enfrentar al macrismo como lo hizo el kirchnerismo; por qué el kirchnerismo tiene las respuestas políticas para mejorarle la vida a la gente. Como hizo, por ejemplo, el Coco Garfagnini frente al Chino Navarro en el Cohete a la Luna.


Moderarse jamás

La otra boludez es la trampa del centro. Esa idea de que hay que "moderarse" para ganar elecciones. Que conquistar el tercio fluctuante entre Macri y Cristina requiere bajar un cambio, suavizarse, edulcorarse. Quizás eso sirva en los últimos 20 días de campaña en octubre de 2019, pero ciertamente no sirve de nada en noviembre de 2018. La disputa cultural es por quién define el "centro", quién logra acercar a las mayorías silenciosas a sus posiciones minoritarias.

Las fuerzas de la reacción están saliendo del closet. Para sumarle al macrismo, ahora tenemos: la xenofobia de Pichetto; la creación de fábulas como la "ideología de género" y "con mis hijos no te metas"; figurillas como Agustín Laje, Javier Milei, Alfredo Olmedo, Mariano Obarrio y el "profe" Espert. Un combo de neoliberalismo radical, antifeminismo cultural, y odio antipopulista. Mucho tiempo de aire, muchas redes sociales, mucha tropa riendo en las calles.

Entonces, aparecen los cantos a un supuesto silencio estratégico. "Escondan su feminismo, escondan a Julio de Vido, escondan su populismo, escondan las banderas, modérense, que así dejan de espantar". Con esa receta somos boleta. Imaginemos un juego de la soga (cinchada dicen que le dicen). Si las fuerzas reaccionarias tiran de la soga hacia posiciones antifeministas, xenófobas, racistas... ¿vos qué hacés? ¿soltás de la piola? ¿abandonás? ¿o tirás con más fuerza? Hay que redoblar esfuerzos en persuadir. No en denostar, ni descalificar, ni despreciar; persuadir. Hay que ganar las discusiones en la sociedad: aborto, migración, seguridad, todas.

Una salvedad: Cristina en CLACSO no llamó a moderarse pero sí a marcar los clivajes de la sociedad de forma estratégica. No es pañuelo verde vs. pañuelo celeste; no es rezar o no rezar; no es izquierda vs. derecha; no es cumbre vs. contracumbre. Hay que rechazar las divisiones, las "grietas" que nos impone el enemigo. Tenemos que crear nuestras propias grietas. La lucha es de toda la sociedad contra la oligarquía. Contra los poderes oscuros que no están en las constituciones ni las leyes.


Mayorías

Autoestima, disputa de sentido, definir el centro. Son tareas necesarias para hacer el pasaje que necesitamos de cara al 2019: el paso de menor a mayor, de articular minorías a construir una nueva mayoría política y social en la Argentina. 

¿Cómo se hace eso? Conectando con la gente, sus problemas, sus preocupaciones y sus anhelos. La minoría intensa gana a la mayoría silenciosa cuando la sociedad se hace las preguntas para las cuales vos sos la respuesta. 

La llave está en el sentido común de nuestra época. El sentido común de una sociedad siempre es complejo, contradictorio consigo mismo, heterogéneo; y a la vez, sencillo y simple: son palabras, ideas y conceptos que se presentan a sí mismas como una verdad indiscutible. 

Dice García Linera: la política es la lucha por la dirección del sentido común. Hay que buscar las fisuras del sentido común de nuestros tiempos, ahí donde el neoliberalismo hace agua. Gramsci los llamaba núcleos sanos del sentido común. Tenemos mucho donde trabajar: las tarifas impagables, el patriotismo anti-imperial, el orgullo laburante, la defensa de la educación pública, las ganas de consumir, la música popular, el feminismo irreverente. Y finalmente, el deseo de orden.

Se palpa la demanda de autoridad, calma y orden entre nuestra gente. Vivimos en crisis económica global desde el 2008, el ajuste arrasa nuestras cotidianeidades, la sociedad está fracturada en mil partes. Entonces, hay que poner orden, desde la autoridad del Estado, desde la política. Pero no todo orden es fascista. Hay otro orden posible: el nuestro, el del peronismo, el que supimos construir y supimos perder, el de Cristina. Hay que persuadir de que podemos ser nosotres quienes pondrán orden al caos.

Chantal Mouffe argumenta
Reconocer la importancia de propiciar afectos comunes es esencial para la estrategia populista de izquierda, ya que, como destacó Spinoza, un afecto sólo puede ser desplazado por un afecto opuesto, más fuerte del que se busca reprimir.
Nadie ordena una sociedad con tibieza. Para desplazar el odio macrista antipopular, no se puede estar a la defensiva. Basta, hay que ir al frente. Desplazar al neoliberalismo requiere contraponerle un afecto más fuerte, más potente. Seamos firmes, tengamos determinación, animémonos a plantarnos y decir lo que hay que hacer para sacar este país adelante. ¿Casco o guante?